sábado, julio 08, 2006

Domingo XIV del tiempo ordinario - reflexión

Aleluya Lc 4, 18
El Espíritu del Señor esta sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.

EVANGELIO

No desprecian a un profeta más que en su tierra
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De donde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curo algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra de Dios.

Reflexión
ESE MALOLIENTE MENDIGO…
1.- Dicen los exégetas –y creámosles al menos por una vez siquiera—que el Señor Jesús fue a Nazaret al menos tres veces: dos evangelistas dicen que fue a su patria y San Lucas, más delicado siempre, dice a Nazaret, donde se había criado, donde tenía sus raíces, donde había pasado su niñez, su adolescencia y donde se había hecho adulto… toda una historia de sucesos de cada día, toda un gama de parientes, primos, primas, tíos y tías, un pequeño pueblo lleno de buenos recuerdos para Jesús. ¡Cuántos amigos de infancia! Tres veces volvió a su patria chica esperando acogida y comprensión y al final tuvo que alejarse de ella para siempre.
Nadie es profeta en su propia casa. Y en castellano tenemos otra expresión que dice: “nadie es grande para su ayuda de cámara”. Yo he tenido la suerte de largos años junto a un hombre grande: el Padre Arrupe, pero, realmente, el hacerle la maleta no me ayudaba nada para considerarlo grande, los mismos calcetines de todos, los mismos pañuelos, las mismas aspirinas, la misma bufanda y otros muchos etcéteras… ¡Si siquiera hubiera tenido yo que meter en la maleta una mitra o un báculo!
Pues esa fue la tragedia de los vecinos de Nazaret: no encontraron ni un báculo, ni una mitra, ni un cetro, ni armiños. Todo el equipaje del Señor Jesús era el mismo de todos ellos, de todos nosotros. Una familia corriente, unos parientes, un oficio bastante vulgar, ninguna formación escriturística. Y eso, con los pañuelos y calcetines, con las aspirinas y las bufanda, no cuadraba con sus milagros (que reconocen), ni con su maravillosa doctrina y prefieren cerrar la maleta y no creer en Él.
2.- Pensamos que nos gustaría tener a Dios visible y palpable y sin embargo, en realidad, le preferimos lejos, allá en los Cielos. Creer en un Dios Padre con barba blanca como un Santa Claus nos gusta. Tener un Hijo Dios sentado a la diestra del Padre, bien; aunque no sepamos que es eso de la diestra, y admitir una paloma que sobrevuela sobre la Iglesia, pase, aunque no nos gusten las palomas…
Pero creer en un Dios que, aunque no le vemos, nos dejó dicho que está con nosotros hasta el fin de los tiempos, que si damos de comer y beber es a Él al que lo hacemos. Total, un Dios, sentado junto a mi, ante la televisión verduzca y sospechosa… ¡eso no!
No nos gusta sentarnos junto a Dios, encontrarnos en la entrada de El Corte Inglés, en la caja del supermercado o en la cola de Caja Madrid o del BBVA, o pidiendo en el atrio de la Iglesia. Como aquellos convecinos, un Yahvé, tronando en el Sinaí, pero un Dios carpintero, sudoroso, con alguna que otra viruta colgada de la barda… ¡eso no!
Un Dios por cuyas venas corra sangre vulgar, que si se investigaran sus antepasados se encontrarían seres poco honorables, como nos insinúa San Mateo con aquellas 72 generaciones que narra como antepasados del Dios Mesías… ¡eso es demasiado para nosotros!
3.- Ni los de Nazaret ni nosotros creemos en un Dios que se ha hecho hombre, un Dios sentado a mi lado y si lo viera daría yo un respingo y me alejaría como si tuviera junto a mí a un maloliente mendigo.
Nos hemos fabricado a nuestro dios, somos idolatras y adoramos a un dios inventado por nosotros, que ama a los que amamos, odia a los que odiamos, castiga a los malos (que siempre son los otros) y está con el palo en alto para coger en falta a quienes nos han engañado.
Cuántos ateos a nuestro alrededor no creen en nuestro dios, son ateos de nuestro dios, no del Dios Verdadero… son ateos gracias a Dios. Claro que ateos de conveniencia.
4.- Y sin embargo, entre tanta gente falta de fe, hubo quien a contra corriente de todos creyó en el Señor, convecinos, testigos de su bondad de corazón, y de la bondad de su madre y creyeron en el Él, y Él correspondió imponiéndoles las manos y curándolos.
Un poquito de bálsamo para el corazón del Señor, pues en medio de nuestro ateismo, admitamos un Dios cercano, en el niño, en el compañero de trabajo, en el marido, en la esposa, en el conductor del autobús, en la mujer de la limpieza, en el pobre que nos tiende su mano…
José María Maruri, SJ
www.betania.es
¿QUIÉN ES JESÚS PARA TI Y PARA MÍ?
1. La Sagrada Escritura insiste, una y otra vez, que Jesús no fue recibido entre los suyos: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. Por otra parte, cada uno de los cuatro evangelios tiene algunas características propias, peculiares. Y una característica peculiar del evangelio de Marcos es la repetida pregunta que se hace diversa gente ante Jesús: ¿Quién es este? ¿De dónde le viene esta sabiduría y esta fuerza? Y lo curioso es que –según Marcos– Jesús prácticamente no responde a la pregunta. Como si quisiera decir: Sólo el que me sigue, el que va conociendo y amando, hallará –en el fondo de su ser– la respuesta.
Hoy hemos escuchado cómo la pregunta surge allí donde más conocían a Jesús; en su tierra, en su pueblo, entre los hombres y mujeres que habían convivido con Él, le habían tratado como carpintero y conocían a toda su familia. Más aún: La pregunta surge entre el que podríamos llamar el sector más practicante, más religioso de su pueblo (los que iban el sábado a la sinagoga para la reunión semanal).
Notemos que en la reacción de aquella gente hay como dos pasos. El primero es de reconocimiento asombrado de la sabiduría con que habla ahora Jesús, de constatación sorprendida de la fuerza milagrosa de sus manos. Desde que Jesús ha dejado su pueblo, las noticias que llegan de las poblaciones vecinas, de toda Galilea, hablan de estas sorprendentes maravillas. Quizá algunos de Nazaret han sido testigos de ello en Cafarnaún, en Tiberiades. En una palabra: No niegan los hechos.
Pero –segundo paso– ante estos hechos, desconfían ¿por qué? Porque Jesús es uno de los suyos. Y lo que no pueden admitir –a pesar de la fuerza de las palabras y de los hechos– es que Dios actúe y se manifieste a través de un hombre que es uno de ellos. Quizá si hubiera venido de lejos, si hubiera sido un sabio con títulos o un hombre con misteriosos poderes... pero no uno de ellos: El carpintero, el hijo de María, el vecino y compañero de toda la vida.
2. ¿Quién es Jesús para ti y para mi? ¿Cuánto lo has conocido? ¿Qué tanto has permitido que entre en tu existencia y defina tu estilo de vivir y de comportarte? ¿Qué tanto has permitido que modifique tu modo de pensar, tus gustos y tus decisiones?
La primera lectura nos presenta a un pueblo “testarudo” que, ante las dificultades, ha olvidado las grandes muestras de amor que Dios ha tenido para con él, y ahora no quiere prestar oído a sus palabras. Es un pueblo que no ha sabido enfrentar las dificultades con madurez y piensa que si ha sufrido es porque Dios lo ha abandonado.
El pueblo de Dios no se deja educar con las situaciones que implican sufrimiento deseando que todo en su vida le resulte a su manera. Se ha olvidado que el hombre fiel a Dios, el profeta, no busca que las cosas resulten a su manera, sino que siempre busca hacer en todo la voluntad de su Señor, y las dificultades de la vida son ocasión para aferrarse más a Dios, y no motivos para derrumbarse en la fe.
El evangelio nos permite ver una escena en la vida de Jesús cuando va a su aldea natal. Sus vecinos lo escuchan con asombro pero con incredulidad, “¿dónde aprendió?” se preguntan. No quieren ver lo extraordinario de ese hombre que antes sólo parecía uno de ellos, y ahora se presenta con un mensaje y un estilo de vida que les deja sorprendidos, su incredulidad les hace poner una barrera y, lejos de emprender un nuevo estilo de vida a partir de la propuesta del Señor, se contentan con decir ¿no es este el hijo del carpintero? No cayeron en la cuenta de que Jesús sólo sabían ciertas cosas, por ejemplo, quien era su familia, quienes eran sus parientes y cual había sido su oficio; sin embargo, efectivamente no lo habían conocido y ahora no aceptan que les dé una palabra distinta y les proponga un cambio en su existencia.
3. A nosotros nos puede pasar que nos engañemos creyendo conocer a quien llamamos “nuestro Señor”, cuando en realidad no hemos tenido un verdadero encuentro personal con él, que nos permita encontrarle el sentido a nuestra existencia y emprendamos estilos nuevos, maduros y creativos de afrontar la vida.
La segunda lectura nos hace conocer a un hombre para quien Jesús no fue un simple carpintero. Un hombre que empeñó toda su existencia al conocer a Jesucristo, la empeñó en su transformación y la dedicó a anunciarlo entre los más alejados. Este hombre es Pablo, quien fue probado muchas veces por el sufrimiento, pero sabía que el sufrimiento le daba la oportunidad de ser más fuerte cada día, de esa manera, lejos de lamentarse de sus problemas, se goza en decir que su fuerza no reside en él mismo sino que le viene de la gracia de Jesús.
Así como se presentó en Nazaret, Jesús nos dirige hoy su palabra y nos reta a conocerlo a profundidad, a transformar nuestra vida y a hacernos fuertes en medio de los sufrimientos. Asimismo nos propone que nos encontremos con él nuevamente por primera vez, de tal manera que no sólo digamos que lo conocemos, sino que nuestra modo de vivir lo demuestre.
4. También nosotros somos un pueblo “testarudo” y obstinado, como lo era el pueblo de Israel. Muy probablemente no haremos caso del profeta porque somos un pueblo rebelde que no quiere aprender de la historia. Pero mientras haya pobres entre nosotros sabremos que Dios sigue gritando proféticamente. Tal vez no hagamos caso, pero al menos sabremos que, los profetas entre nosotros están dispuestos a darnos la lata, como Ezequiel entre los suyos, Jesús de Nazaret y los pobres entre nosotros.
Antonio Díaz Tortajada
www.betania.es

Fuente: Celebrando la vida, para más información, ver la sección "páginas relacionadas a la catequesis"

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